viernes, 24 de octubre de 2014

Documental "INFIERNO O PARAÍSO" SOBRE LA CALLE DEL CARTUCHO, un quemadero de vidas humanas. ¿Imposible de erradicar? - Incluye videos

En los últimos treinta años hemos conocido muchas historias de la tristemente famosa “Calle del cartucho”, ubicada en el centro histórico de Bogotá, una verdadera vergüenza social para cualquier país, por muy subdesarrollado que sea. 
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En los últimos treinta años hemos conocido muchas historias de la tristemente famosa “Calle del cartucho”, ubicada en el centro histórico de Bogotá, una verdadera vergüenza social para cualquier país, por muy subdesarrollado que sea. 
El estado, en vez de esforzarse por erradicar ese matadero humano, ha permitido que surjan muchas calles del cartucho, tanto en la capital como en diversas ciudades, donde no solo se queman millones de dosis de droga sino miles de vidas, paradójicamente, en su mayoría, de hombres y mujeres con mucho talento como cantantes, músicos, escritores, actores de teatro y televisión, amén de destacados profesionales de diversas ramas, que al parecer son doblegados por el peso del éxito o se hunden en la droga porque los triunfos no llegaron.
La siguiente es una de esas miles de historias que en su mayoría no tienen final feliz como parece tener la del español José Antonio Iglesias, que tuvo la fortuna de tropezarse con “necio” al que se ocurrió hacer un documental, ardua labor en la que empleó once largos años pero que ahora puede mostrar, aunque no todo lo que registró en más de 300 horas de video.
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En 1998, cuando el antropólogo Germán Piffano investigaba para su tesis de grado, le preguntó a una habitante de la llamada ‘calle del Cartucho’, un temido y paupérrimo sector del centro de Bogotá, qué era lo bueno que tenía esta zona, el mayor expendio de drogas de la ciudad. Sin dejar de fumar bazuco, ella le respondió: “La libertad”. A continuación, Piffano le indagó sobre lo malo del Cartucho, y ella, aspirando el humo dulzón, pensó y le dijo: “Uy, lo malo... es la libertad”. (Vea la galería: El español que salió de la vida de drogas y miseria de la calle del Cartucho)
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Esa relación de dependencia con un entorno tan sórdido es una de las lecciones de lo que hoy, 16 años después, Piffano presenta en el documental ‘Infierno o paraíso’, que se estrena esta tarde en salas del país. La historia comienza allí mismo, en el Cartucho, que aparece oscuro, lleno de niños y mujeres marchitas que buscan su sustento. Las imágenes crudas parecen soltar el penetrante olor a basura y el hedor del bazuco.
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Dos años después de visitar casi a diario las calles más tenebrosas del sector, como funcionario de Bienestar Social de la Alcaldía de Bogotá, Piffano comenzó a grabar en video lo que sucedía en ese mundo subterráneo y al cabo de unos meses apareció José Antonio Iglesias, quien entonces era simplemente Jose, otro ‘ñero’ melenudo y barbado que arrastraba su vida en un carro esferado.
Piffano se lo encontró un día en que caminaba por la calle y Jose le pidió un fósforo, un encendedor, un lanzallamas… y lo siguió por la calle soltándole ocurrencias. Comenzaron a conversar de lado a lado de la acera y en cuestión de minutos, el hoy cineasta ya se había enterado de que no era un indigente cualquiera, había nacido en España, creció en Venezuela practicando esquí náutico y parapente, había viajado por Europa, llegó a Bogotá a trabajar como ingeniero automotor y se había enganchado en la drogadicción hasta perderlo todo. Bueno, todo menos su agudeza mental y un carisma irresistible.
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Jose no durmió esa noche en el Cartucho, sino en el separador de la avenida 45, frente a la casa de una exnovia de Piffano, para ganarse un premio. Esta le había preguntado al indigente qué era lo que más extrañaba de su vida anterior, de lujos y afecto familiar, y su respuesta fue: “A las 6 de la mañana, yo llego con el reciclaje y antes de entrar al Cartucho, me paro en la plazoleta del Rosario y espero a que abran los cafés, solo para oler el vapor que sale de la greca”. El premio prometido, a la mañana siguiente, fue el café caliente del amanecer de su nueva vida.
La otra película
Piffano y Jose se hicieron amigos pero durante los siguientes ocho meses no hubo una decisión de dejar el Cartucho. El indigente insistía en que esa vida era su decisión y su realización. El antropólogo siguió por su lado, con su registro en video, tomando imágenes del sector, por ejemplo de un vendedor de droga al que llamaban El Diablo. En cámara, le pregunta el origen de su nombre y este, sin dejar de ordenar sus papeletas de bazuco, responde “Por lo bonito”.
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Un día, cuando Piffano regresaba de su labor social en El Cartucho, escuchó a su espalda que un habitante de la calle vociferaba: “Tanto que dicen que la miseria está en la mugre, y la miseria está en el alma”. Al voltear, vio que era Jose, quien al reconocerlo le pidió por fin que lo sacara de ese inframundo. Se pusieron una cita para acudir a un hogar de Bienestar Social, pero cuando iba al encuentro, el indigente se pasó en la droga y terminó boxeando con un cajero electrónico. En medio de sus alucinaciones rompió un letrero del banco y terminó en la cárcel.
Tuvieron que pasar dos semanas para que se volvieran a encontrar y en ese momento se grabaron las primeras escenas de Jose para el documental, en las que admite que necesita ayuda y canta unos versos propios y premonitorios: “Solo los mataron y en la acera están / se mueren al sol, cuántos muertos más. / Muchacho, pásame los fósforos, que mi cartucho va a arder…”
No solo la ayuda de Piffano lo impulsó a dejar el Cartucho. No pudo volver porque le cobraron una deuda de drogas con una puñalada y dos tiros, uno de ellos en la cara. Lo persiguieron por un callejón y lo dieron por muerto al lado de un contenedor de basura. “Menos mal recuperé el conocimiento antes de que llegara el camión de la basura, porque si no, me metían a la compactadora y ahí me quedaba”, recuerda hoy.
En el hogar del Bienestar Social, volvió a ser José Antonio Iglesias, y logró racionalizar la historia que hoy cuenta sobre su entrada al infierno: “Yo me vine a trabajar en Colombia, más o menos en 1986, y entonces ya era un consumidor social de droga en Venezuela, cocaína, whisky, rumbita de fin de semana. Yo consumía un viernes o un sábado, el domingo estaba en casa durmiendo y el lunes, a trabajar. Tenía un título superior universitario en Electromecánica, y me vine porque aquí apenas estaba entrando el tema de la inyección electrónica en los vehículos y en Venezuela ya teníamos una experiencia de unos siete años.
Yo podía ganar buen dinero aquí porque faltaba mano de obra calificada, y en Bogotá conocí a otro ingeniero, con el que nos reuníamos el fin de semana y metíamos perico. Un día se nos acabó y no conseguimos, así que él me dijo ‘Vámonos para El Cartucho’. Y como allá tampoco conseguimos, compramos bazuco. Después, volví el otro fin de semana, y después volví todos los días. Cerraba el taller y me iba para allá. Empecé a romper con el esquema social, a faltar al trabajo, empiezo a vender mis cosas para comprar droga, dejo de trabajar, vendo lo que tengo…
Era un mercadillo periférico en el que se parqueaban los jíbaros para que la gente no entrara. Pero al final terminé entrando. Lo último que me quedaba era el carrito que tenía y me fui con ese dinero al Cartucho y me quedé. Viviendo. Y consumiendo. Entré a una pensión, me enredé y no pude más. Cuando se acabó el dinero, aprendí a reciclar, a comer en la basura, como indigente.
Había momentos en que regresaba el José Antonio real, pero tenía que darle en la cabeza, porque si no me volvía loco, una lucha interna muy seria. Hasta que esa lucha fue opacándose y se quedó el indigente”.
La lucha nunca termina
La demolición a sangre y fuego del Cartucho para levantar el parque Tercer Milenio y el proceso de rehabilitación de Iglesias (una vez que recupera su identidad) son apenas la primera parte de la película, pues cuando el protagonista va dejando el infierno y empieza a labrar su propio paraíso, surgen nuevos interrogantes.
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El antiguo indigente conoce el amor en la Fundación Lugar de Encuentro, en Chinauta, tiene un hijo (José Manuel) y se asoma a su nueva realidad. “Tardé en recuperarme el cuerpo unos dos
años –dice Iglesias–, y casi tres años para volver a rellenar mi cara. Era impresionante porque no tenía carne, llegué a pesar 42 kilos, había perdido los dientes superiores, masa muscular, todo”.
Iglesias logra viajar a España, consigue un trabajo estable y luego vuelve al país para llevarse a su esposa y a su hijo. Su ritmo de gastos aumenta y con él la necesidad de endeudarse con los bancos, hasta que explota la crisis financiera en Europa y con ella viene un nuevo reto, no solo para él, sino para miles de familias.
“Para mí ha sido más difícil sobrevivir en mi vida social dentro de la sociedad –reflexiona Iglesias–. Quizás era más fácil vivir en el Cartucho, porque allá no hay responsabilidades, no hay bancos, no hay desempleo”. A su vez, Piffano recuerda una frase que le espetó el protagonista de su documental y que no quedó en la edición final: “Yo era más feliz en la ‘olla’, pero no existía. Era un espectro”.
Para este sobreviviente, la lucha no para: “Cada 24 horas, uno reanuda la lucha. Estoy tratando de entrar a trabajar rehabilitando adictos, si no logro conseguir algún tipo de trabajo que me pueda mantener, volvería a la mecánica. Así tenga que vender bolsas de basura en un semáforo. José Manuel se viene el otro año, cuando termine el colegio. Tengo este tiempo para prepararme, conseguir un trabajo estable, y vivir. También, utilizar este documental como un testimonio”, agrega Iglesias.
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Para el cineasta, la historia también ha sido un infierno y un paraíso. Terminó con unas 300 horas de grabación, captadas a lo largo de unos 11 años, y aunque recibió ayuda del empresario Víctor Carrillo y auxilios del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC), su película estuvo a punto de naufragar por falta de presupuesto. Con una demanda del FDC a cuestas, por incumplimiento, tocó la puerta de Canal Capital y el también documentalista Holman Morris se conmovió y le financió lo que le faltaba.
Además del estreno hoy en salas, Piffano tiene prevista una función muy especial, la próxima semana: una función para 900 habitantes de la calle, que caminarán por alfombra roja, en el parque Tercer Milenio, donde alguna vez estuvieron las puertas del infierno e Iglesias aprendió a luchar contra la muerte: “A mí el Cartucho me enseñó a ser invencible. Yo le tenía asco a todo, pero estar en la calle, con un hambre insoportable, me enseñó a buscar comida en la basura. Yo metía la mano a una caneca y conseguía comida. El miedo de morirse ya no estaba”.
Por: JULIO CÉSAR GUZMÁN - EL TIEMPO - COLOMBIA




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