sábado, 29 de junio de 2013

LAVOE: TAMBIÉN LLEGÓ TARDE A SU FUNERAL

Por: Ernesto McCausland Sojo - Escritor, Periodista - Barranquilla, Colombia
I. NO ME LLOREN NA
No quiero que nadie llore
si yo me muero mañana,
señores no traigan flores
para mí no quiero nada.
II. LA CRÓNICA (En primera persona)
El jueves primero de julio de 1992, mientras estábamos a punto de aterrizar en el aeropuerto La Guardia, de Nueva York, no podía sacar de mi cabeza al personaje que me había obligado a tomar aquel avión a toda carrera para asistir a su funeral.
El Cantante de los Cantantes, Héctor Lavoe , había estado siempre presente en mi vida de una u otra forma. De niño fui cautivado por «Che Ché Colé», una canción de pegajoso ritmo africano que era como una golosina musical para el alma infantil. Fue su primer gran éxito. Luego, en mi adolescencia, fui contagiado con la fiebre de salsa que se extendió por el mundo y que tenía en «Mi gente», de Hector , a su punta de lanza. Ya adulto, formé parte de una generación que quedó con el corazón tatuado por canciones como «Periódico de ayer» y «El cantante»; una generación que se sentía alucinada por aquel hombrecillo trémulo de rostro pálido y sonrisa zalamera, que se aparecía en los escenarios con trajes de cuadros y que dominaba los secretos del buen cantar.

Ya ejerciendo el periodismo tuve la suerte de conocer a Héctor Lavoe en agosto del 86, durante su última visita a Colombia. Era un hombre espontáneo y conversador, que enloquecía con los vallenatos que sonaban por la radio.

--¡Eso es salsa! --exclamó una vez, cuando escuchó una canción de Alejandro Durán.

Hablaba atropelladamente, alternando su fuerte acento puertorriqueño con una que otra palabra en inglés. A veces se le olvidaba lo que estaba diciendo y pedía que le recordaran. Sus respuestas eran enredadas.

Comenzaba a decir una cosa y terminaba diciendo todo lo contrario. En la entrevista que le hice, Héctor Lavoe proclamó su Manifiesto de la cheveridad: Es chévere ser grande, pero es más grande ser chévere . Fue ese el titular que utilizamos, a lo ancho de la página, en El Heraldo . En esa misma entrevista, Héctor Lavoe me habló con orgullo de su hijo, Héctor Junior.

Treinta y dos días más tarde, perdida en la página de espectáculos del periódico, encontré una noticia que me estremeció de pies a cabeza: Héctor Junior había sido asesinado en Nueva York. La trágica muerte del hijo constituyó el comienzo de la cadena de infortunios que habían de reseñar las agencias de noticias el día del funeral: desapareció del mundo del espectáculo.

Cuatro años después me enteré de que estaba ensayando para regresar al canto. El camino de regreso había tenido malos momentos, como una presentación con las viejas estrellas de la Fania en el Madison Square Garden. Convertido en una ruina humana, delgado y cojo, se subió a la tarima para cantar «Mi gente» y a duras penas pudo sostenerse en pie. Pero a pesar de las circunstancias, yo tenía la certeza de que Héctor Lavoe lograría avivar sus llamas sagradas y pronto sería el héroe del retorno. Viajé entonces a Nueva York para entrevistarlo. Lo llamé desde un teléfono público en la estación de trenes y me jugó una broma pesada.
Me dijo que iba a ensayar esa tarde en un bar del Bronx. Acudí y no había ningún ensayo. Entonces me di cuenta de que el cantante me había enviado a una de las zonas más peligrosas de Nueva York.

Gracias a un buen amigo, logré averiguar que los ensayos eran en el Boy's Harbor, frente al Central Park, y allí lo encontré a las ocho de la noche. Quedé impresionado. De aquel muchacho jovial y regordete que había conocido en 1986 en Barranquilla, sólo quedaba un hombrecillo de rostro verdoso y cabellos escasos que apenas podía caminar.
Lo entrevisté pero no logré que me dijera una frase coherente. Luego lo vi ensayar: su voz estaba intacta, también su ánimo. En un descanso improvisó estas notas: «Bésame, bésame mucho, como si fuera el marido que yo te quité... ».
El aterrizaje me hizo regresar de mis recuerdos. El funeral me esperaba en Manhattan.
III. TODO TIENE SU FINAL 
Como el lindo clavel
sólo quiso florecer

enseñando su belleza

y marchito perecer.

IV. LA NOTICIA

NUEVA YORK, julio 1 (Associated Press) --- El popular cantante puertorriqueño Héctor Lavoe fue sepultado hoy al mediodía, después de un desfile de cuatro horas que recorrió las principales calles de Manhattan y el Bronx, paralizando el tráfico y produciendo reacciones espontáneas entre transeúntes y residentes del sector.

Una multitud de gente del común acompañó al Cantante de los Cantantes hasta su última morada, en una ceremonia callejera que pareció más un carnaval que un funeral.

Auténticos personajes de la calle, muchos de ellos prostitutas y borrachos, caminaron al lado de la carroza mortuoria, bailando y cantando las canciones de Héctor Lavoe , cuya voz brotaba por un sistema de altavoz que acompañaba el cortejo fúnebre.
Falleció el pasado 30 de junio a los 46 años, a raíz de un infarto cardíaco, motivado por complicaciones asociadas con el sida, luego de una penosa cadena de infortunios y batallas perdidas con la droga y el alcohol.
Nacido en 1947 en Ponce, Puerto Rico, y tras emigrar a Nueva York en 1961, Héctor Lavoe fue protagonista principal de los años dorados de la salsa, cuando al lado de las Estrellas de la Fania, llenó estadios, vendió millones de discos y sacudió al mundo entero con su voz melodiosa y sus inspiraciones soneras. A pesar de la hegemonía de entre las figuras de la Fania, sólo unos pocos de sus colegas asistieron al funeral.
V. EL REY DE LA PUNTUALIDAD (I)
Yo seguiré en mi vaivén,
cantando con sabrosura,
siempre estaré con ustedes,
¡mi gente!
hasta que a mí me lleven
en contra de mi voluntad,
que me lleven a la sepultura
VI. EL COMPAÑERO
(Willie Colón, el hombre que descubrió a para la música, evoca uno de los momentos más dramáticos en la vida de : el intento de suicidio en San Juan de Puerto Rico.)
«Recuerdo el día en que pasó eso. Estábamos en Puerto Rico para un concierto de muchas orquestas. Pero hicieron el concierto en una época en que había muchas fiestas patronales allá y las fiestas patronales son gratis. Así que al concierto de nosotros no fue nadie. El promotor nos llama al hotel y nos dice: 'mira Willie, mejor no vengas'. Recuerdo que los músicos nos sentamos en el bar del hotel, a ver si nos llamaban para cambiar la orden. Pero Héctor Lavoe estaba en una condición que no quería aceptar eso. Se fue para el sitio del concierto y allí dijo: 'A mí no me importa si hay tres personas. Yo voy a tocar aquí'. Mientras cantaba, empezaron a desmontar el equipo de sonido y terminaron apagándole las bocinas. Fue todo un trauma. Yo creo que eso encendió la mecha. Al otro día me llamaron y me dijeron que se había tirado del noveno piso».
VII. EL REY DE LA PUNTUALIDAD (2) 
Tu gente quiere
oír tu voz sonora
nosotros sólo queremos
que llegues a la hora.
VIII. LA CRONICA (En tercera persona)

Fue una muerte larga, lenta y tormentosa que sólo Dios sabe cuándo comenzó a gestarse. Pudo ser en la infancia, cuando su madre murió de tuberculosis, dejándole como herencia su primera enfermedad y su primera soledad. O pudo ser en aquel verano del 63, cuando --un mes después de haber emigrado a Nueva York-- su hermano mayor le dio la cordial bienvenida al mundo de la drogadicción intravenosa.

LA ÚLTIMA ENTREVISTA

O quizá fue treinta años más tarde, cuando después de haber sido la sensación mundial de la salsa, quiso ponerle punto final a una cadena de tribulaciones y se lanzó al vacío desde el noveno piso del hotel Excelsior en San Juan de Puerto Rico.

Abatido finalmente por ese coctel de infortunios y autodestrucción que fue siempre su vida, Héctor Lavoe le dijo adiós a este mundo el último martes de junio del 92, en una habitación de solemnidad, mientras afuera Nueva York era escenario de su gran fiesta de sol, ropas ligeras, palomas, turistas, ratas, pordioseros, limosinas, ventas ambulantes, pintores callejeros y todas las criaturas del verano.

Murió convertido en una memoria distante de canciones premonitorias; en una leyenda del pasado reciente, envuelto en un cuerpecillo maltrecho que le funcionaba muy mal y que no le servía ya ni para cantar, ni para encender uno de esos cigarrillos Camel que a él tanto le gustaban. Su última frase quedó enterrada en la memoria de su hermana, Sonia, quien, con tufo de alcohol, declaró a los periodistas en el funeral:

--Sus palabras finales no las puedo repetir en público porque ustedes saben cómo Héctor hablaba.

Y estalló en carcajadas.

El Cantante de los Cantantes había pasado su último año de vida en un edificio gris y paranoico, de herméticas ventanas y sofisticada arquitectura, situado frente a una de las rejas de entrada al Central Park. Es el Cardinal Cooke Health Center, una especie de asilo de caridad, donde desde hacía diez años funcionaba un pabellón especial para pacientes de sida menesterosos.
Allí había llegado un año antes de su muerte. Alguien lo dejó en la puerta, convertido en un loquito callejero que hablaba incoherencias y se veía desolado. Héctor Lavoe duró quince días en medio de un absoluto anonimato, tendido en una cama y gritando disparates.
Ni las enfermeras puertorriqueñas, ni nadie en el hospital, se dieron cuenta de que aquel paciente de sida esquelético y arruinado, era el carismático sonero que quince años atrás era vitoreado y alzado en hombros por enloquecidas multitudes.
Hasta que un compañero de piso, chofer de camión, lo oyó cantar una tarde y reconoció la voz. La familia fue avisada de inmediato. Su íntimo amigo y abogado Jorge Carmonafue a verlo, pero Héctor no lo reconoció.
--Llévense a ese tipo de acá --gritó.

Esa misma tarde, Nilda Pérez, su esposa, acudió al hospital. Estaba angustiada. Desde hacía un año y medio, Héctor Lavoe había desaparecido. La visita lo hizo reaccionar. Héctor salió de inmediato de sus nebulosas mentales, se levantó como pudo, abrazó a su mujer, y los dos lloraron juntos durante dos horas.

Nilda supo entonces dónde había estado su esposo durante el tiempo en que duró perdido. Davey Lugo, un corpulento conguero puertorriqueño, se lo había llevado para Miami, donde Héctor se presentaba en bares de mala muerte, cantando en deplorable estado de salud por unos pocos dólares y consumiendo heroína en abundancia. En una de esas jornadas, sufrió una sobredosis. Así fue trasladado a Nueva York y dejado a las puertas del Cardinal Cooke.

Reanimado tras el encuentro con su mujer, Héctor recuperó su buen humor, y lo hizo de tal manera que llegó a bromear sobre la gran tragedia de su vida reciente, el intento de suicidio en un hotel de Puerto Rico. Decía que se había tirado porque él y su esposa habían apostado a quién llegaba primero al casino.

---Por eso me boté --- decía ---, para 'ganal' la apuesta.

A pesar de que su cuerpo ya no le respondía, volvió a animarse con la vida. Insistía en que volvería a los escenarios. Por eso, todas las tardes, del ala de pacientes de sida del Cardinal Cooke brotaba una voz frágil que entonaba las canciones de siempre.

Pero la muerte ya había pasado su factura de cobro. No sólo era el sida: desde su caída en San Juan, tenía una herida en una pierna que no le cerraba porque era diabético. Así, en medio de temas de salsa que ahora sonaban lúgubres, el Cantante de los Cantantes fue perdiendo su batalla con la muerte; una batalla que había comenzado mucho tiempo atrás y que él debió haber perdido mucho antes. Pero no. Héctor Lavoe , el Rey de la Puntualidad, el mismo que hizo esperar multitudes ansiosas durante toda una década en el mundo entero, también llegó tarde a su cita con la muerte.
IX. EL DIA DE MI SUERTE
Ahora me encuentro aquí en mi soledad
pensando qué de mi vida será.
No tengo sitio donde regresar
y tampoco a nadie quiero ocupar.
Si el destino me vuelve a traicionar
te juro que no puedo fracasar.
Estoy cansado de tanto esperar,
pero estoy seguro que mi suerte cambiará,
¿y cuándo será?
X. LA ENTREVISTA (Apartes de la entrevista con Héctor Lavoe publicada en El Heraldo el 2 de agosto de 1986.)
EH) ¿La salsa está en decadencia? 
HL) No hay decadencia, mira: cuando empezó la salsa salieron veinte mil grupos de salsa. Ahora la salsa se ha hecho un business que a mí no me gusta; se ha hecho un business de lucro.
EH) ¿Pero no cree usted que la juventud latinoamericana se ha alejado de la salsa? 
HL) Mira mano, lo que pasa es que ahora mismo la salsa está en un bache y tiene que salir un títere como el hijo mío, Héctor Lavoe Jr. A ese tipo yo lo voy a poner a cantar salsa en inglés porque canta lindo; él me da tres patadas a mí. Y va a tener que ponerse los pantalones bien puestos porque yo voy a salir a cantar salsa en inglés antes que él.
Y no tengo que hacerlo porque hay más latinos que americanos pa' que lo sepas. ¿Tú sabes cuántos mexicanos hay? ¿Sabes qué grande es Colombia, Panamá, Bolivia? Todos esos países hablan español. Pa' qué tenemos que ir a un público americano, si ya ellos tienen demasiaos americanos bueno, porque los americanos que cantan son buenísimos. ¿Pa' qué nosotros vamos a invadil ese territorio? ¡Que se vayan al carajo!
EH) ¿Cómo explica su carisma? 
HL) Yo miro a la gente primero y así siento vibraciones. Yo soy una persona que a mí tú no puedes odial; a mí tú tienes que querelme.



XI. EL CANTANTE 
Me pára siempre en la calle
mucha gente que comenta:
'Oye Héctor, tú estás hecho
siempre con hembras y en fiestas'.
Y nadie pregunta si sufro si lloro
si llevo una pena que duele muy hondo.
XII. LA CÁMARA
Plano abierto a la iglesia de Santa Cecilia de Manhattan. A través de la puerta principal varios hombres sacan el ataúd, que está cubierto con la bandera puertorriqueña, mientras alcanza a entreverse una llovizna leve. Se produce entonces un paneo lento hacia el otro lado de la calle, donde una multitud es mantenida a raya por la policía. La multitud comienza a agitar pañuelos blancos, al tiempo que grita: «¡Héctor, Héctor, el cielo está llorando!».
XIII. MI GENTE
Mi gente
lo más grande de este mundo
la que me hace sentir
un orgullo profundo.
XIV. LA ENCUESTA

«Un orgullo profundo. Ese era él. Eso era lo que él sentía». (Puertorriqueño en Orchard Beach, hablando de Héctor Lavoe al día siguiente del funeral, mientras escuchaba la canción «Mi gente» a todo volumen en una enorme grabadora.)

«Hoy el pueblo está llorando, pero en el cielo tiene que haber un party , porque se murió el cantante de los cantantes». (Cubano a las puertas de la iglesia, poco antes de la salida del ataúd).

«Me da tristeza porque murió como murió y nadie lo acompañó. Por eso lloro y bailo, y lo amaré toda la vida». (Prostituta dominicana toda vestida de blanco, que bailaba frenéticamente al lado del ataúd, durante el recorrido hacia el cementerio).

«Porque como él lo dijo, no quiso que los hipócritas lo lloraran. Pues aquí está el pueblo, el barrio, los que de verdad lo queríamos». (Dama puertorriqueña respondiendo a la pregunta de «¿por qué nadie llora en este funeral?»).

«¡El Cantante de los Cantantes vivirá, vivirá!». (Ciclista colombiano uniformado que jamás apartó su mano de la carroza fúnebre.)

«El fue felicidad, yo creo que él fue felicidad. Ahora está con el señor allá arriba». (Puertorriqueño que lanzaba golpes de boxeo al aire mientras el ataúd bajaba al sepulcro.







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