Tomado de Revista Semana
Doctor Uribe: usted es un líder con la capacidad de estadista de Carlos Lleras, la habilidad manzanilla de Julio César Turbay y la genialidad política de Jaime Báteman y, en ocasiones, puede ejercer de salvador y de ángel, pero, en otras, apela a cualquier método con tal de lograr su propósito.
Y también puede transformarse en un caballo desbocado al que usted mismo le teme, como me lo dijo en su primera campaña presidencial, durante una gira de dos días en la que, para escribir un perfil suyo, lo acompañé a Medellín y al Chocó, donde saludó de mano y por el nombre, como Turbay, a cada nativo y les preguntó cómo está su mamá, Fulanita, y donde usted, como Lleras, corchó a su asesor, Andrés Uriel Gallego (q.e.p.d.), en el número de kilómetros de un tramo de carretera o en el volumen de aguas de un río.
¿Recuerda que en esa ocasión le pregunté si se tenía miedo a sí mismo y usted me respondió: “Siempre he hecho esfuerzos para controlarme. Uno es humano y las reacciones no pueden dejarse desbocar como caballo sin rienda. He procurado tener rienda”? Y le volví a preguntar, ¿y si se le suelta la rienda? Y usted dijo: “Grave. Se desboca el caballo, y un caballo desbocado no se sabe dónde va a caer, se tira por un precipicio o le hace daño a alguien”. Entonces le dije: ¿y es cierto que lo que más le pide a Dios es paciencia? “Le pido paciencia y que me ayude a no hacerle mal al prójimo”, respondió.
Pues llegó la hora de que le rece a Dios bastante más, doctor Uribe, porque está haciendo mucho daño con su caballo del rencor desbocado contra Santos, a quien no le perdona que no haya sido su títere ni que esté a punto de hacer esa paz que usted buscó con las Farc, primero acosándolas con la guerra, luego liberándoles gratis a Granda y, al final, enviándoles a la selva, en secreto, a sus emisarios, los prelados de la Iglesia, para que acordaran con ellas algún comienzo de paz. Pero como Santos, siguiendo sus pasos, sí avanzó en el proceso, no se lo perdona, como tampoco le perdona que no le declarara la guerra a su examigo-enemigo Chávez y que, pragmático, optara porque conviviéramos en paz con el vecino.
Por ello, llevado por su peligroso caballo, a días de elecciones, acusó a Santos de recibir dos millones de dólares del narcotráfico, sin que les haya entregado una sola prueba a las autoridades competentes, como es su deber legal, ni al país, como es su deber moral, pero sí sembrando la duda en sus millones de adoradores.
¿Sabe, doctor Uribe? Es triste que a pesar de su gran amor por Colombia y de su gran capacidad de construir, a quien más daño le esté haciendo sea a su patria querida, a la que está llenando de divisiones y de odio. Y esos sentimientos, alimentados por su ágil Twitter, abonan de pólvora la psiquis colectiva que, ante cualquier provocación, o ante una simple borrachera, podría estallar en violencia y, así, regresaríamos a esa horrible noche en la que, instigados por incendiarios jefes políticos, abonamos nuestros campos con 300.000 cadáveres.
¿Qué se hizo su corazón grande, doctor Uribe? Recuerdo que usted me confesó que lloraba fácilmente, que todo lo conmovía, y me dijo, con los ojos aguados: “Estoy conmovido porque un critico mío, Fernando Garavito, salió del país amenazado. ¡Estoy harto y dolido con eso!”. Y luego agregó: “¡Yo me hago moler! Mi gobierno no dejará desbocar espíritus dañinos”.
Pues ahora, con su influencia, parecería que es usted quien los está desbocando. ¿No es mejor que ocupe el alto puesto en la historia que este país quiere darle y merece y que, de la mano de Santos, su ministro de Defensa, quien siguiendo sus políticas debilitó a las Farc y las llevó a negociar, hagan esa paz que también es suya?
Entonces, seguramente, Colombia lo pondría para siempre a la altura de Bolívar... Piénselo bien, doctor Uribe...
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