Por: Juan Carlos Rueda Gómez
Crónica publicada en la Revista Latitud de El Heraldo en julio de 2012
Crónica publicada en la Revista Latitud de El Heraldo en julio de 2012
Uno de los mejores álbumes en la historia de la música vallenata es Tierra de Cantores, por varias razones. En primer lugar, casi todos los temas incluidos se convirtieron en grandes éxitos. Cómo si fuera poco, es quizá el único disco que contiene la primera versión de dos obras ganadoras del concurso de la Canción Inédita del Festival de la Leyenda Vallenata. Y no son de cualquier autor: La Profecía, de Julio Oñate Martínez, ganadora en 1977 y Río Badillo, ese inmortal himno al amor del inmolado Octavio Daza, triunfadora en 1978, año en que se grabó esta producción con la antigua compañía CBS, hoy Sony Music.
Joe Arroyo con el autor de la crónica, en 1993
También incluye, además de la canción que le da título, de la autoría de Carlos Huertas, Dios no me deja, de Leandro Díaz, El Gallo Fino, de Edilberto Daza, No me guardes Luto e Inmenso Amor, de Armando Zabaleta, La Querella, de Emiro Zuleta, Emma González, de Poncho Zuleta, e Isabel Martínez, que aparece con el crédito D.R.A. pero que es vox populi que la compuso Germán Serna, aunque muchos se la han adjudicado fraudulentamente.
Pero la canción de ese elepé que se ha vuelto un ícono popular es La Virgen del Carmen, preferida de los fieles de esta santa de la Iglesia Católica. Cada 16 de julio no hay emisora, picó, bus, caseta, cantina, corraleja, procesión o equipo de sonido casero en toda la Región Caribe, donde no suene a todo volumen.
Lo que muchos ignoran, incluidos muchos locutores y directores de emisoras de música vallenata, es el vínculo del Maestro Joe Arroyo con esta grabación, realizada a mediados de 1978 en los Estudios Ingesón, de la carrera 22 entre calles sexta y séptima de Bogotá. Estar vinculado a esa producción como manager y presentador del grupo de los Hermanos Zuleta, es uno de los mejores regalos que me ha dado la vida, por muchas cosas que sucedieron, algunas de las cuales no se pueden contar.
Para esa época ya se estilaba que los coros no los grababan los coristas de base de los conjuntos sino que se invitaba a algún cantante exitoso, casi siempre Juan Piña o su hermano Carlos, el saxofonista, quien precisamente había aportado la primera voz en la anterior producción de los Hermanos Zuleta, El Cóndor Legendario. Poncho y Emilianito me ordenaron que llamara a alguno de los dos, que para entonces residían en Medellín y gozaban de gran popularidad con su orquesta La Revelación.
Pero no fue posible contar con ellos porque estaban de gira en Estados Unidos y no alcanzaban a llegar a tiempo para la grabación, por lo cual se me ocurrió, sin consultarles a ellos ni a los directivos de la disquera, llamar a Joe Arroyo, gracias a que Janeth Fuminaya, la esposa de Juan Piña me consiguió su número telefónico. Primero hablé con Adela, entonces esposa de Joe y al rato él me estaba llamando. Fue muy cordial y acordamos que se le pagarían veinte mil pesos, que serían sufragados por nosotros, además de la tarifa de la disquera, que para la época era de unos quinientos pesos por cada canal de voz o de instrumento que se grababa, lo cual sumaría cinco mil quinientos pesos por los once temas del disco para un total de veinticinco mil quinientos pesos, unos tres millones de hoy.
Le situé el tiquete en Medellín y esa misma noche Joe estaba en Bogotá. Su porte imponente, sus pintas coloridas, su caminar brioso y su afro perfectamente redondeado con el trinche que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón, despertaban curiosidad por donde pasaba, en la aún friolenta capital colombiana. La única habitación del Hotel Niágara, al que llamábamos “Hotel Salchiyuca” -porque todos los días servían lo mismo al desayuno en diferentes combinaciones- donde estábamos alojados, que tenía una cama disponible era del maestro Armando Zabaleta, quien había viajado invitado por la disquera, al igual que Octavio Daza. Allí ubiqué a Joe pero después tuve que llevarlo a otra porque al maestro Zabaleta no le cuadraba mucho que el cantante llegara tan tarde, ya que después de las sesiones de grabación se iba de juerga con “El Pantera” García, el trombonista que había sido su compañero en la orquesta de Fruko y sus Tesos, y con otros músicos de la capital.
Cuando Poncho y Emilianito se enteraron de la presencia de Joe en Bogotá para grabar con nosotros, no ocultaron su disgusto, mejor dicho, me regañaron por esa arbitrariedad que yo había cometido.
“¿Cómo se te ocurre llamar a ese hombre. Está bien que es cipote cantante pero de salsa, Juanka. Se te olvidó que lo que nosotros hacemos es vallenato… va lle na to: entendiste? Tú verás cómo haces pero ese tipo no va a grabar con nosotros, búscate otra primera voz”. Tuve que recurrir a los buenos oficios de José Sánchez, ingeniero de sonido, Armando Hernández y Jairo Negrete, coristas de base del conjunto y a otros compañeros para convencer a los hermanos Zuleta. Al fin lo aceptaron y el resultado lo conoce y lo disfruta hoy el público: ese sabor único y especial, inevitablemente impregnado de cadencias salseras, en perfecta armonía con la segunda voz de Armando Hernández, veterano ex integrante de Los Corraleros de Majagual. Al terminar, Poncho y Emiliano fueron los primeros en felicitar a Joe por el trabajo realizado y reconocieron que yo había acertado al llamarlo.
Ese coro de Río Badillo con las oes prologadas: “Si algún día peleamoooos por algún motivooooo”, o la síncopa presente en Isabel Martínez: “si te pregun…tan por la rutina, diles que esas son co…sasss de Chi…che Guerraaaaa” le dieron un toque singular a esa producción. Pero indudablemente el que más se cantará este fin de semana es el coro del merengue de Emilianito, La Virgen del Carmen: “Porque esa virgen divina para mi familia sí representa / el cariño más puro para mi mujer y pa’ toa mi raza”. Otro hecho curioso, que justifica el desconocimiento de este episodio por parte de la mayoría del público es que lamentablemente no pudimos poner su nombre en los créditos de la contra carátula, debido a que el contrato de exclusividad que lo ataba a Discos Fuentes no le permitía figurar en grabaciones de otras disqueras. Por ello solo aparecen Armando Hernández y Jairo Negrete. Yo, curiosamente, aparezco como Director Escénico, cargo que no existía ni existe en los conjuntos vallenatos.
De todas maneras, no es nada raro que Joe cantara bien el vallenato. A los 15 años, cuando aún se le conocía como Álvaro José Arroyo González, “El negrito del sabor”, el maestro Rubén Darío Salcedo le dio su primera oportunidad cantando este género con su conjunto en Sincelejo, antes de ponerlo a cantar música tropical o salsa. Algo que la excesiva ficción y truculencia de la telenovela sobre su vida, impidió que se le contara al público televidente. Pero no es lo único que el maestro, hoy desaparecido, ha hecho acompañado de un acordeón. Hace algunos años grabó con Emilianito Zuleta el merengue Yo soy el Folklor, de la autoría de Luís Cujia, obra ganadora del concurso de la Canción Inédita en el festival de 1998 en Valledupar.
Estoy seguro de que miles de seguidores de Joe Arroyo van a prenderle una vela a la Virgen del Carmen, cantarán el merengue de los hermanos Zuleta y le orarán por su eterno descanso. Gracias Maestro. Este es otro gran regalo que nos dejaste.
Viejo Juak Ud. Como siempre, tan ilustrativo. Gracias por compartirnos estas páginas anecdóticas de nuestra cultura musical.
ResponderBorrartío, gracias por todo lo que hizo por el folclor vallenato, no me cabe duda que aunque no sea nativo de la costa dejó todo de si en todas las producciones... que tal que si fuera costeño!!!?
ResponderBorrar